El 19 de octubre de 1856, se vivió un evento trágico durante una tarde de domingo en Londres, cuando Charles Haddon Spurgeon, conocido como el “Príncipe de los Predicadores”, lideraba un servicio en el gigantesco Surrey Music Hall. Este edificio, diseñado para albergar a unas 10 mil personas, fue abarrotado esa noche por una multitud de aproximadamente 14 mil almas, con miles más esperando fuera del recinto.
La popularidad de Spurgeon, en ese entonces con tan solo 22 años, había crecido rápidamente, y su predicación atraía a multitudes ansiosas de escuchar su poderoso mensaje.
Sin embargo, esa noche, en medio de la multitud, alguien gritó “¡Fuego!” aunque no existía tal amenaza. Este grito desató el pánico entre los asistentes, provocando una estampida mortal. En la confusión y el caos, siete personas perdieron la vida y al menos 28 resultaron gravemente heridas.
Aunque no hubo incendio, el temor y la desesperación se apoderaron de la multitud, resultando en un desastre que marcaría profundamente tanto a los afectados como a Spurgeon. Para él, este evento fue devastador en muchos niveles.
Más allá del dolor físico y emocional que enfrentaron las familias de las víctimas, él mismo cayó en una profunda depresión. En sus escritos, describió esta etapa como una de las más oscuras de su vida.
Las palabras de Spurgeon, profundamente emotivas, reflejan el tormento interno que vivió: “Rechacé ser consolado; las lágrimas eran mi alimento de día, y los sueños mi terror de noche. Sentí lo que nunca había sentido antes. Mis pensamientos eran como cuchillos que cortaban mi corazón en pedazos, hasta que una especie de estupor de dolor ministraba una medicina triste a mi alma… ‘Roto en mil pedazos’, mis pensamientos, que alguna vez habían sido una copa de delicias, se convirtieron en fragmentos de vidrio roto, las miserias punzantes y cortantes de mi peregrinaje.”
Este evento dejó una huella indeleble en la psique de Spurgeon. Durante semanas, el joven predicador luchó con un dolor emocional que lo dejó sumido en la tristeza y el abatimiento. Sentía el peso de la tragedia sobre sus hombros, y a menudo hablaba de cómo esta experiencia lo había templado, como si hubiera pasado por un “horno ardiente”.
Aunque el dolor fue intenso, Spurgeon emergió de ese tiempo con una comprensión más profunda de la fragilidad de la vida y del sufrimiento humano, lo que sin duda influyó en su ministerio posterior.
En 1861, Spurgeon inauguró el Metropolitan Tabernacle, un nuevo lugar de culto al sur del río Támesis, que tenía capacidad para unas 6 mil personas. Aunque este nuevo edificio no alcanzaba la magnitud del Surrey Hall en términos de capacidad, ofrecía un espacio más adecuado y seguro para sus servicios. Sin embargo, la tragedia del Surrey Gardens siempre permaneció en la mente de Spurgeon, quien se refirió a este evento como una experiencia transformadora que lo había endurecido y moldeado.
Aunque la tragedia fue dolorosa, Spurgeon la consideraba como un momento clave en su vida, que lo preparó para los desafíos futuros de su ministerio y le permitió empatizar más profundamente con el dolor y la desesperación de aquellos a quienes predicaba.
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El episodio del 19 de octubre de 1856 no solo marcó a Spurgeon emocionalmente, sino que también mostró la tensión entre la creciente demanda por su predicación y las limitaciones físicas de los espacios de reunión en la época victoriana.
La tragedia sirvió como un recordatorio sombrío de los peligros inherentes a tales multitudes en espacios reducidos y fue un punto de inflexión en la vida y el ministerio de Spurgeon.
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