“Porque oímos que algunos de entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno.” 2ª Tesalonicenses 3:11 (RVR1960)
En este pasaje, el apóstol Pablo aborda la conducta de ciertos miembros de la comunidad que viven de manera indisciplinada, evitando el trabajo y ocupándose en asuntos que no les corresponden.
La palabra «oímos» proviene del griego «ἀκούω» (akouō), que significa escuchar o enterarse. «Andan» se traduce de «περιπατέω» (peripateō), indicando cómo uno se conduce en la vida. «Desordenadamente» es «ἀτάκτως» (ataktos), refiriéndose a una vida fuera de orden o indisciplinada.
El término «trabajando» viene de «ἐργάζομαι» (ergazomai), que implica laborar o esforzarse en una tarea. «Entremetiéndose» proviene de «περιεργάζομαι» (periergazomai), que significa involucrarse en asuntos ajenos o ser entrometido. Finalmente, «ajeno» es «ἀλλότριος» (allotrios), que se refiere a lo que pertenece a otro.
El principio bíblico aquí es la importancia de trabajar diligentemente en las responsabilidades que nuestro Señor Jesucristo nos ha asignado, evitando la ociosidad y el entrometimiento en asuntos que no nos competen.
Como mayordomos de las riquezas que Dios nos ha confiado, estamos llamados a administrar nuestros recursos y tiempo de manera responsable y productiva.
Proverbios 14:23 apoya este principio: «En toda labor hay fruto; mas las vanas palabras de los labios empobrecen.» Esto enfatiza que el trabajo honesto produce resultados, mientras que la ociosidad conduce a la falta.
Por ejemplo, un administrador fiel dedicará su tiempo a sus responsabilidades laborales o estudios, reconociendo que el fruto de su esfuerzo es una bendición del Señor. Evitará perder tiempo en chismes o actividades improductivas, enfocándose en cómo puede utilizar los bienes que Dios le ha dado para servir a otros y glorificar Su nombre.
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En resumen, aplicar estos principios nos invita a manejar nuestras finanzas y recursos de manera que honre a Dios, trabajando con diligencia y evitando distracciones que nos aparten de nuestra misión como siervos fieles.
Al hacerlo, reconocemos que todo lo que poseemos es del Señor y buscamos ser buenos ministros de Sus bienes en nuestra vida diaria.
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