Usando Artimañas para obligar a Diezmar

Si usted alguna vez escuchó o escucha lo siguiente: “Todavía no he oído a nadie que esté en contra del diezmo y que haya querido dar el once o el doce por ciento… Siempre estamos en contra de algo, pero pensando en poder dar mucho menos”, permítame advertirle que, aunque la frase puede parecer ingeniosa o incluso confrontativa, en realidad constituye un ejemplo claro de una artimaña retórica que esquiva el verdadero núcleo del debate bíblico y doctrinal.

Esta afirmación intenta invalidar la oposición al diezmo apelando no a la Escritura, sino a la sospecha del corazón humano: “si alguien está en contra del diezmo, es porque quiere dar menos”. Así se desplaza el foco de la discusión desde la autoridad bíblica al juicio de intenciones. Es decir, no se rebate el argumento del opositor, sino que se sugiere que sus motivaciones son egoístas o avaras. 

Esta forma de razonamiento encaja perfectamente con la Artimaña 32 de Schopenhauer: “Asumir motivos ocultos y desviar la atención hacia ellos”. Pero en lo que respecta a la verdad revelada, no podemos permitirnos ese tipo de sustitución. 

La pregunta no es cuánto quiere dar el hombre, sino qué enseña realmente la Palabra de Dios respecto al diezmo bajo el Nuevo Pacto

De hecho, muchos de los que objetan la obligatoriedad del diezmo lo hacen no por querer dar menos, sino porque han llegado a la convicción de que deben dar mejor, es decir, con mayor comprensión, libertad y generosidad conforme al Evangelio (2ª Corintios 9:7), y no por coerción, fórmula ni porcentaje impositivo.

La insinuación de que nadie que esté en contra del diezmo ha querido dar más es falsa por generalización, y peligrosa por insinuación. 

Muchos creyentes fieles, impulsados por el amor a Cristo y comprometidos con la causa del Reino, dan incluso más del diez por ciento, sin proclamarlo ni presentarlo como una norma obligatoria para los demás, y mucho menos haciendo alarde de su generosidad o usándola como argumento para sostener un porcentaje específico.

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En resumen, si usted escucha un argumento como ese, reconozca que no es una defensa bíblica del diezmo, sino un juicio subjetivo que apela a la culpa o la sospecha. 

Como buenos mayordomos, nuestra motivación no debe ser el cumplimiento de una cuota heredada del Antiguo Pacto, sino el gozo de participar voluntariamente en la obra del Señor, sabiendo que todo le pertenece a Él.

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