El 6 de enero de 1850 (Historia Contemporánea), marca un momento clave en la historia del cristianismo, pues ese día Charles Haddon Spurgeon, quien sería conocido como “el príncipe de los predicadores”, experimentó su conversión al cristianismo.
Ese evento no solo transformó su vida de manera radical, sino que también inició un legado espiritual que impactaría a millones de personas en generaciones posteriores.
La conversión de Spurgeon ocurrió en un contexto poco común. En ese día frío y nevado, el joven de 15 años salió de su hogar en busca de paz espiritual, atormentado por un profundo sentido de su pecado y de su separación de Dios.
Mientras caminaba bajo la tormenta, el clima lo obligó a buscar refugio en una pequeña capilla metodista primitiva en Colchester, un lugar al que no había planeado ir.
En esa capilla humilde, un predicador laico se levantó para dar un sermón sencillo basado en el texto de Isaías 45:22, que dice: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra; porque yo soy Dios, y no hay más.” Este versículo, que exalta la suficiencia y exclusividad de Cristo como Salvador, se convirtió en el medio divino que abrió los ojos espirituales de Spurgeon.
Spurgeon describió más tarde la escena con detalles vívidos, recordando cómo las palabras del predicador parecían dirigirse directamente a él.
El predicador, consciente de su falta de elocuencia, se limitó a repetir el texto bíblico con insistencia y simplicidad. En un momento dado, fijando la mirada en Spurgeon, el predicador señaló hacia donde estaba sentado y exclamó: “Ese joven parece muy miserable. ¡Mira! ¡Mira ahora! ¡Mira a Cristo y serás salvo!”
Estas palabras, junto con el texto de Isaías, penetraron profundamente en el corazón de Spurgeon. En sus propias palabras, describió el impacto de ese momento de la siguiente manera: “Entonces tuve esta visión—no una visión con mis ojos, sino con mi corazón. Vi lo que era un Salvador en Cristo. De repente entendí a quién debía mirar y qué significaba creer, y en un instante creí.”
Este momento de revelación no fue un proceso gradual, sino una experiencia inmediata y transformadora. Spurgeon entendió, en un destello espiritual, que la salvación no dependía de sus obras ni de su esfuerzo, sino de mirar con fe a Cristo y confiar plenamente en Él.
La conversión de Spurgeon marcó el comienzo de una vida dedicada a proclamar el evangelio de Jesucristo.
Apenas dos años después, a los 17 años, comenzó a predicar, y pronto se convirtió en pastor de la iglesia de Waterbeach. A los 19, asumió el pastorado de la Capilla New Park Street en Londres, que eventualmente sería conocida como el Tabernáculo Metropolitano, donde ministró hasta su muerte en 1892.
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El impacto de este evento aparentemente ordinario —un joven buscando refugio de una tormenta en una capilla modesta— fue extraordinario.
Desde ese día, Spurgeon se dedicó a predicar con pasión, claridad y fidelidad bíblica, llevando a miles a la fe en Cristo.
A través de su ministerio, escribió cientos de sermones y libros que aún hoy inspiran a cristianos de todo el mundo.
Este episodio de la conversión de Spurgeon no solo resalta la providencia de Dios al usar circunstancias simples para cumplir Sus propósitos, sino que también ilustra el poder del evangelio predicado con sinceridad y confianza en la Palabra de Dios.
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