“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.” Hechos 4:32 (RVR1960)
Este pasaje ilustra un ejemplo claro de cómo los primeros cristianos vivían como mayordomos de los bienes que el Señor les había confiado. La unidad de corazón y alma demostrada por la iglesia primitiva refleja un sometimiento total a la voluntad de Dios, no solo en sus vidas espirituales, sino también en su manejo de los recursos materiales.
Eso no significa que se eliminara la propiedad personal, sino que reconocían que todo lo que poseían pertenecía al Señor y lo administraban para Su gloria y el beneficio de los demás.
En el griego original, la palabra “koinos” (κοινός), traducida como “en común”, implica compartir con un propósito específico, señalando un enfoque intencional de comunidad y generosidad.
Además, “suyo propio” se traduce del griego “idios” (ἴδιος), que denota algo exclusivamente privado o separado. El texto enfatiza que los creyentes no veían sus posesiones como algo exclusivo, sino como recursos que Jesús les había encomendado para el bien colectivo.
Un principio bíblico relevante de este versículo es que todo lo que tenemos debe estar disponible para la obra de Dios y para ayudar a otros en necesidad, pues somos simplemente administradores de las riquezas del Señor.
En 1ª Timoteo 6:17-18, Pablo instruye: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos”. Esto refuerza que nuestras posesiones tienen un propósito mayor que nuestro beneficio personal.
Jesucristo, la fuente de todas las riquezas, nos llama a ser Sus siervos fieles, administrando lo que Él ha puesto en nuestras manos para glorificarle. Por ejemplo, si un creyente tiene un ingreso extra, puede orar y discernir cómo esos recursos pueden servir mejor al Señor, ya sea apoyando misiones, ayudando a una familia necesitada, o fortaleciendo el ministerio local. Este enfoque práctico demuestra que nuestras decisiones financieras deben someterse a la voluntad de Dios, reflejando nuestra confianza en Su provisión.
En conclusión, este pasaje de Hechos 4:32 nos enseña que las finanzas, los bienes y las riquezas no son nuestros, sino que nos han sido confiados por el Señor para que los administremos con fidelidad.
Vemos que, cuando reconocemos esto, nuestras prioridades cambian y buscamos honrar a Dios al compartir con generosidad y servir a los demás.
Someter nuestros pensamientos y decisiones a la voluntad de la Palabra de Dios nos ayuda a manejar lo que Él nos ha encomendado de manera que refleje Su carácter y traiga gloria a Su nombre.
Deja una respuesta