«Y os di la tierra por la cual nada trabajasteis, y las ciudades que no edificasteis, en las cuales moráis; y de las viñas y olivares que no plantasteis, coméis.» Josué 24:13.
Este versículo subraya el principio fundamental de la mayordomía financiera: todo lo que poseemos proviene del Señor, no por nuestros propios esfuerzos, sino por Su gracia y provisión soberana.
La palabra «di» (נָתַן natan en hebreo) implica un acto de generosidad y soberanía divina; el Señor, como el dueño de todas las riquezas, otorga a Sus siervos bienes que no son el resultado de su propio trabajo.
Este principio se refuerza en el Nuevo Testamento con Santiago 1:17: «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en quien no hay mudanza, ni sombra de variación.»
Así, nuestro Señor Jesucristo, quien es la fuente de todas las riquezas, nos concede bienes que debemos administrar con un corazón agradecido y consciente de que son Su posesión y no nuestra.
La palabra «trabajasteis» (עָמַל amal en hebreo) se refiere al esfuerzo o trabajo arduo que uno podría esperar realizar para obtener una tierra. Sin embargo, en este contexto, Dios subraya que la tierra fue dada sin que ellos realizaran ese trabajo.
Este término nos recuerda que como administradores, debemos reconocer que nuestras riquezas no son producto de nuestras capacidades o esfuerzos, sino un regalo inmerecido del Señor, y que son para ser multiplicadas y no desechadas.
De manera similar, «edificasteis» (בָּנָה banah en hebreo), que significa construir o establecer, nos enseña que las ciudades donde habitamos no son el resultado de nuestro trabajo, sino una provisión divina.
Como mayordomos, esto nos lleva a administrar los recursos que Dios nos ha confiado con diligencia, sabiendo que no somos sus dueños, sino solo ministros de Su gracia.
La frase «moráis» (יָשַׁב yashab en hebreo) implica habitar o residir, y en este contexto, es un recordatorio de que nuestras viviendas y lugares de refugio son también parte de la provisión de Dios.
Esto nos lleva a un principio crucial de la mayordomía: debemos vivir de manera que refleje gratitud y dependencia en Dios, no en nuestras propias habilidades.
En cuanto a «viñas» y «olivares» (כֶּרֶם kerem y זַיִת zayit en hebreo), representan bienes y riquezas que producen sustento continuo. No los plantamos nosotros, pero Dios nos permite disfrutar de su fruto.
Como esclavos (voluntarios) del Señor, debemos utilizar estos recursos para glorificarle, reconociendo que todo lo que produce fruto en nuestra vida proviene de Su mano.
Un ejemplo práctico de este principio se observa cuando un administrador maneja las finanzas de su familia.
Si recibe un aumento en su salario, en lugar de atribuirlo a su propio esfuerzo, reconoce que es una bendición del Señor. Entonces, decide ofrendar y utilizar parte del dinero para ayudar a otros, sabiendo que es un administrador de los bienes del Señor y no su dueño.
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En resumen, la mayordomía financiera según las Escrituras nos enseña que todo lo que poseemos, incluyendo bienes y riquezas, es dado por Dios, y como siervos de Cristo, debemos manejarlo con sabiduría, gratitud y en sumisión a Su voluntad.
Aplicar estos principios en la vida diaria significa tomar decisiones financieras que honren a Dios, siendo conscientes de que somos simples mayordomos de los recursos que Él nos ha confiado.
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