“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.” Hebreos 12:1 (RVR1960)
Este versículo nos llama a vivir como siervos responsables, quitando de nuestra vida aquello que impide nuestro progreso en Cristo.
Dentro del contexto de la mayordomía financiera, este “peso” incluye una dependencia excesiva en las riquezas terrenales o el mal uso del dinero que el Señor nos ha encargado.
La exégesis del texto nos revela que nuestra responsabilidad como mayordomos no es solo liberar las finanzas del pecado, sino también dirigirlas con paciencia y perseverancia hacia el propósito eterno de glorificar a Dios.
La frase “despojémonos” proviene del griego apotithemi (ἀποτίθημι), que significa “quitarse” o “despojarse completamente”. Este verbo refleja una acción intencional y decisiva.
Como administradores de los bienes que Jesús nos ha confiado, debemos despojarnos de la codicia, la avaricia y la mala administración financiera.
Asimismo, “peso” (ogkos, ὄγκος) denota una carga que entorpece, algo que, aunque no necesariamente sea un pecado, puede apartarnos de cumplir con nuestra misión en Cristo.
Esto podría traducirse en deudas innecesarias, gastos excesivos o una acumulación de riquezas para fines egoístas, todos aspectos que deben someterse a la voluntad de Dios.
Por último, “pecado” (hamartia, ἁμαρτία) representa el desvío del propósito divino, recordándonos que el mal uso de las finanzas es una forma de rebeldía contra el diseño de Dios.
Un principio bíblico derivado de este versículo es la necesidad de rendir cada aspecto de nuestra vida, incluyendo las finanzas, al Señor, reconociendo que todo lo que poseemos pertenece a Él.
Salmos 24:1 nos dice: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan.” Este principio reafirma que nosotros, como siervos de Cristo, somos simplemente mayordomos de los recursos que Él ha confiado a nuestro cuidado, y por lo tanto, estamos llamados a usarlos para Su gloria y Su obra.
Un ejemplo práctico de este principio sería evitar incurrir en deudas para adquirir bienes innecesarios, ya que estas pueden convertirse en un “peso” que nos distrae de la obra del Reino. En cambio, podríamos decidir invertir los recursos en ayudar a quienes lo necesitan, en sostener la obra misionera o en cualquier causa que promueva el Evangelio de Cristo Jesús. Este tipo de administración demuestra que nuestros pensamientos están sometidos a la voluntad de Dios, y no a los deseos egoístas.
También le interesaría:
En conclusión, los principios contenidos en Hebreos 12:1 nos llaman a ser diligentes en nuestra mayordomía financiera, eliminando todo aquello que nos aleje de la voluntad de Dios, sometiendo nuestras decisiones económicas al Señor y actuando con paciencia y fidelidad.
De este modo, honramos a Dios en el manejo de los recursos que nos ha encomendado, reflejando que nuestras vidas —incluyendo las finanzas— están completamente consagradas a Él.
Deja una respuesta