Fe en el Hombre y fe en los demonios, Santiago 2:19

«Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.» Santiago 2:19 (RVR1960)

Este versículo, tomado de la carta de Santiago, presenta una afirmación poderosa y, al mismo tiempo, una advertencia solemne sobre la naturaleza de la fe. Santiago 2:19 nos confronta con una realidad espiritual: incluso los demonios, los ángeles caídos en rebelión contra Dios, tienen un conocimiento intelectual de Su existencia y poder, pero carecen de la fe que salva.

Para comprender plenamente la enseñanza de este pasaje, es necesario explorar la naturaleza de la fe, su papel en la vida del creyente, y la diferencia crucial entre la fe salvadora y el mero conocimiento intelectual de la verdad divina.

La fe que conduce a la salvación no es una fe cualquiera; es un don de Dios, dado por Su gracia a aquellos que Él llama. En Efesios 2:8-9, Pablo enseña: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.» La palabra griega para «fe» en este contexto es «πίστις» (pistis), que implica confianza, creencia y fidelidad.

Esta fe no se origina en el ser humano, sino que es un regalo que Dios otorga para que los creyentes puedan responder a Su llamado. Es una fe que trasciende el mero conocimiento y conduce a una relación transformadora con Dios a través de Jesucristo.

La definición bíblica de fe se encuentra en Hebreos 11:1: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.» Aquí, el término «certeza» se traduce de la palabra griega «ὑπόστασις» (hypostasis), que literalmente significa «lo que está debajo» o «fundamento».

Ese término se utilizaba en el mundo antiguo en contextos legales y contables, refiriéndose a un título de propiedad o a un documento que garantizaba que algo prometido se llevaría a cabo. En el contexto de Hebreos, la fe es presentada como la garantía de que las promesas de Dios, aunque aún no visibles, son seguras y reales.

El término «convicción» proviene de la palabra griega «ἔλεγχος» (elegchos), que significa «evidencia» o «prueba». Así, la fe bíblica es más que una mera esperanza; es la certeza basada en la confiabilidad de Dios, quien garantiza que lo que Él ha prometido se cumplirá. Esta fe es activa y confía en Dios a pesar de no ver físicamente el cumplimiento de Sus promesas.

Santiago 2:19 señala que «los demonios creen, y tiemblan«. La palabra «creen» en griego es «πιστεύουσιν» (pisteuousin), que proviene de la misma raíz que «pistis» (fe). Sin embargo, aunque los demonios tienen un conocimiento intelectual de Dios y reconocen Su poder y autoridad, su fe es una fe que no salva. Es un reconocimiento que provoca temor, pero no resulta en obediencia o amor hacia Dios.

Este tipo de fe es puramente intelectual y no tiene el componente relacional que caracteriza a la fe salvadora. Los demonios han visto a Dios, han experimentado Su poder y, por lo tanto, no necesitan fe en el sentido bíblico de la palabra.

Lo que tienen es un conocimiento fáctico y un temor reverencial, pero no tienen la confianza salvadora ni el amor que transforma, que es lo que se espera de los hijos de Dios.

El contexto de Santiago 2:19 se encuentra en una discusión más amplia sobre la naturaleza de la fe y las obras. Santiago está corrigiendo una comprensión errónea de la fe que algunos en su audiencia podrían haber tenido: la idea de que una simple afirmación de creencia es suficiente para la salvación, independientemente de si esa creencia se traduce en acción.

En Santiago 2:17, él afirma: «Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.» Aquí, Santiago utiliza «fe» en un sentido que implica no solo creer, sino actuar conforme a esa creencia.

Santiago no está contradiciendo la enseñanza de Pablo de que la salvación es por gracia mediante la fe; más bien, está aclarando que la fe genuina, la fe que salva, siempre se manifestará en obras. Las obras no son la causa de la salvación, sino la evidencia de una fe viva y auténtica.

En el caso de los demonios, ellos creen (tienen un conocimiento intelectual), pero no tienen obras que reflejen una fe viva; de hecho, sus «obras» son contrarias a los propósitos de Dios.

La fe de los demonios es visible en sus reacciones; ellos conocen a Dios, conocen Su poder y temen Su juicio. Sin embargo, esta fe no es una fe que salva. Es una fe que reconoce a Dios pero no le rinde obediencia ni le ama.

Por el contrario, la fe de los creyentes, aunque no han visto a Dios cara a cara, es una fe que descansa en las promesas de Dios y se traduce en obediencia, amor y buenas obras.

En Juan 20:29, Jesús dice a Tomás: «Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.» Este versículo resalta la bendición de aquellos que, sin ver, confían en las promesas de Dios.

Esta es la esencia de la fe cristiana: creer y actuar basados en la palabra de Dios, a pesar de no haber visto físicamente a Cristo. La fe de los creyentes es una fe activa, que lleva al amor y a la obediencia, en contraste con la fe de los demonios, que solo produce temor.

También le interesaría:

Santiago 2:19 nos enseña que la fe verdadera va más allá del conocimiento intelectual. Es una fe que se manifiesta en acciones que honran a Dios y que reflejan la transformación interna que ocurre cuando alguien realmente cree.

Mientras que los demonios creen y tiemblan, no tienen la fe que salva, una fe que se acompaña de obras de justicia y de amor hacia Dios y el prójimo.

Para los creyentes, esta enseñanza subraya la importancia de vivir una vida que demuestre nuestra fe a través de nuestras acciones.

No basta con creer intelectualmente en Dios; debemos confiar en Él, amarle, y obedecerle, reflejando así la fe viva que hemos recibido como un don de Su gracia.

Así como Hebreos 11:1 nos recuerda, la fe es la certeza y la convicción de lo que no se ve, una confianza en que Dios cumplirá Sus promesas.

Esta fe es la que debemos cultivar, una fe que transforma nuestras vidas y que es testimonio ante el mundo de que servimos a un Dios vivo y verdadero, quien es la fuente de todas las riquezas y el autor de nuestra salvación.

Comparte en tus redes


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *