Jesús Cumplió la Ley Mosaica

El cumplimiento de la Ley Mosaica por parte de Cristo establece un cambio fundamental en cómo entendemos las obligaciones ceremoniales del antiguo pacto, incluyendo el diezmo. Esta práctica, estipulada específicamente para ciertos israelitas, tenía como propósito el sustento de los levitas, quienes no poseían tierras y dedicaban su vida al servicio del templo. 

El diezmo no era universal ni financiero, sino una provisión en alimentos y animales vinculada al contexto agrícola de Israel bajo la Ley. Con la llegada de Cristo, quien afirmó venir a cumplir la Ley, estas exigencias fueron satisfechas y transformadas.

Bajo el nuevo pacto establecido por Jesús, la Iglesia ya no está llamada a practicar el diezmo como lo hacía Israel. Ahora, la generosidad guiada por el amor y la gracia es el modelo a seguir, como lo enseña el Nuevo Testamento. 

En lugar de una obligación legal, los creyentes dan libremente según lo que hayan decidido en su corazón, reflejando la libertad en Cristo y el principio de edificación mutua dentro de la comunidad de fe.

Cristo cumplió la Ley Mosaica, liberándonos del diezmo. La Escritura nos enseña claramente que Jesucristo vino al mundo para cumplir la Ley, la cual fue dada exclusivamente al pueblo de Israel bajo el pacto mosaico. Dentro de esa ley, se incluía el diezmo, un mandato que no estaba dirigido a todo el mundo, ni siquiera a todos los judíos, sino a un grupo específico: aquellos que poseían tierras y ganado. El propósito del diezmo era sostener a los levitas, una tribu que no recibió herencia de tierras en el reparto de Canaán y cuya función específica era servir en el templo.

El diezmo no consistía en dinero ni en recursos materiales generales, sino en alimentos y animales. Levítico 27:30-32 nos enseña que “todo diezmo del campo, ya sea del grano del suelo o del fruto de los árboles, es del Señor. Es cosa consagrada al Señor”. Es decir, el diezmo estaba relacionado directamente con la producción agrícola y ganadera de aquellos que poseían tierras, y no se trataba de un mandato financiero universal.

El diezmo, una práctica para sustentar a los Levitas. El sistema del diezmo fue establecido en un contexto muy particular. Los levitas, a diferencia del resto de las tribus de Israel, no recibieron tierras en la repartición que Dios hizo del territorio prometido. Su labor no era cultivar ni criar ganado, sino servir en el tabernáculo y más tarde en el templo, actuando como intermediarios entre Dios e Israel. Números 18:21 deja en claro que «a los hijos de Leví les he dado por heredad todos los diezmos en Israel por el ministerio que prestan, el ministerio del tabernáculo de reunión». 

Los Levitas dependían del diezmo para su subsistencia, ya que no tenían otra fuente de sustento. Pero esta ley fue específicamente para Israel en ese tiempo y bajo esas circunstancias. Con la llegada de Cristo, quien cumplió toda la ley mosaica, ya no estamos obligados a seguir ese mandato ceremonial que fue establecido para una función específica: sostener a los levitas.

Cristo cumplió la Ley y nos liberó de sus exigencias ceremoniales. Jesucristo mismo afirmó que no vino para abolir la ley, sino para cumplirla. Mateo 5:17 declara: «No penséis que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir». Al cumplir todas las demandas de la ley, Cristo nos liberó de las obligaciones que recaían sobre Israel bajo el pacto mosaico. El diezmo, como parte de esa ley ceremonial, fue cumplido en Cristo, y por tanto, no se exige que la iglesia continúe con esa práctica.

El Nuevo Testamento no enseña que los cristianos deban diezmar como lo hacían los israelitas. De hecho, el concepto del sacerdocio ha cambiado. Ahora, todos los creyentes en Cristo somos un “real sacerdocio” (1ª Pedro 2:9), y no existe la necesidad de sostener un grupo específico de personas como los levitas. Además, la labor del templo, donde los levitas ministraban, fue reemplazada por la obra de Cristo en la cruz y por el ministerio del Espíritu Santo en cada creyente.

El diezmo no era un mandato universal ni financiero. Es crucial entender que el diezmo no era una ley universal para todos los pueblos, sino un mandato específico para un sector del pueblo de Israel. Además, no consistía en una contribución financiera general, sino en la provisión de alimentos y animales para sostener a los levitas, quienes no poseían tierras ni ganado.

Hoy en día, el ministerio de la iglesia no tiene necesidad de mantener a un grupo sacerdotal específico que dependa del diezmo en alimentos. La iglesia está llamada a practicar la generosidad, sí, pero no bajo el antiguo sistema de diezmos. La ofrenda voluntaria, guiada por la gracia y el amor de Cristo, es el nuevo modelo que encontramos en el Nuevo Testamento, donde cada uno da «según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación» (2ª Corintios 9:7).

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En resumen, el diezmo fue un mandato específico de la ley mosaica, dirigido solo a ciertos israelitas con tierras y ganado, para sustentar a los levitas que no poseían heredad. 

Jesucristo, al cumplir la ley en su totalidad, liberó a la iglesia de esas exigencias ceremoniales. Por tanto, no hay necesidad de que la iglesia hoy en día continúe con la práctica del diezmo, ya que no estamos bajo la ley mosaica, y ya no hay un sacerdocio levítico que sostener.

Lo que la iglesia debe practicar hoy es la generosidad, guiada por el Espíritu Santo y no por la imposición de una ley que fue cumplida y finalizada en Cristo. 

Nuestro llamado es a dar libremente, con amor y gratitud, sabiendo que ya no estamos bajo la obligación del antiguo pacto, sino bajo la libertad de la gracia de Dios.

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