Justicia Vale más que Riqueza, Salmo 37:16

Mejor es lo poco del justo, que las riquezas de muchos pecadores.» Salmo 37:16.

Este versículo encapsula un principio fundamental de la mayordomía financiera: la verdadera riqueza no se mide en términos de cantidad, sino en la rectitud de su adquisición y uso.

Al analizar las palabras clave en su idioma original, podemos profundizar en este principio bíblico y extraer enseñanzas valiosas para nuestra vida como administradores de los bienes del Señor.

La palabra «mejor» en hebreo es טוֹב (tov), que se traduce como algo bueno, agradable o valioso. En este contexto, indica que el valor de lo que poseemos no está en su abundancia, sino en su calidad moral y en la justicia que lo respalda.

Como siervos de Cristo, debemos entender que lo que el mundo valora como «mejor» no siempre coincide con los estándares de Dios.

Lo «poco» (מְעַט, me’at) se refiere a una cantidad pequeña, pero cuando está asociado con la justicia, su valor se multiplica, porque viene de una fuente justa: nuestro Señor Jesucristo, quien es la fuente de todas las riquezas.

La palabra «justo» en hebreo es צַדִּיק (tzaddik), que se refiere a alguien que es recto y justo en su comportamiento. Este término es clave, ya que enfatiza que la justicia en la adquisición y administración de los recursos es lo que realmente importa a los ojos de Dios.

Como mayordomos de los bienes del Señor, debemos procurar ser justos en todas nuestras transacciones, sabiendo que nuestras decisiones financieras son un reflejo de nuestra relación con Dios.

El contraste se hace con la palabra «riquezas» (הָמוֹן, hamón), que denota una abundancia o gran cantidad de bienes, y «pecadores» (רְשָׁעִים, resha’im), que son aquellos que actúan con maldad o sin justicia.

El versículo adicional que refuerza este principio es Proverbios 15:16: «Mejor es lo poco con el temor de Jehová, que el gran tesoro donde hay turbación.» Aquí se reafirma que la paz y la rectitud que provienen del temor del Señor son más valiosas que cualquier tesoro acumulado sin su bendición.

Un ejemplo práctico de este principio se puede ver en la forma en que manejamos nuestras finanzas diarias. Imaginemos a un ministro que tiene la opción de ganar una gran cantidad de dinero a través de un negocio que, aunque legal, compromete sus principios cristianos.

Optando por seguir la justicia, este siervo del Señor decide rechazar esa oportunidad y en su lugar aceptar un trabajo más modesto que le permita mantener su integridad.

Este acto no solo honra a Dios, sino que también demuestra que confía en el Señor como la verdadera fuente de todas las bendiciones.

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En resumen, este versículo nos enseña que, como administradores de los recursos que Dios nos ha confiado, debemos valorar la justicia y la rectitud por encima de la abundancia material.

Al aplicar estos principios en nuestra vida diaria, podemos manejar nuestras finanzas de una manera que glorifique a Dios, recordando siempre que todo lo que tenemos pertenece a Él, y que nuestra verdadera recompensa viene de caminar en sus caminos, no en la acumulación de riquezas terrenales.

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