La Depravación Total y las Finanzas

La doctrina de la Depravación Total, tal como se expone en las enseñanzas reformadas y calvinistas, sostiene que la caída del hombre en pecado ha afectado todas las áreas de su ser: su voluntad, sus emociones y su intelecto están todas corrompidas por el pecado (Efesios 2:1-3).

Este principio fundamental no implica que los individuos sean completamente incapaces de actos de eficiencia o inteligencia; más bien, indica que incluso estas capacidades están manchadas por motivaciones y propósitos pecaminosos.

Romanos 3:10-12 declara, “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” Este pasaje subraya la universalidad del pecado y su impacto incluso en las capacidades intelectuales y decisiones morales del hombre.

En el ámbito de la administración financiera, esta verdad se manifiesta de manera evidente. Aunque una persona sin Dios pueda mostrar gran habilidad en acumular y gestionar riquezas desde una perspectiva terrenal y económica, sus decisiones y métodos pueden estar profundamente influenciados por la avaricia, el egoísmo o la ambición desmedida, que son contrarios a los principios bíblicos de generosidad y humildad (1ª Timoteo 6:10).

Por ejemplo, la eficiencia en la gestión del dinero no necesariamente refleja una alineación con los valores del Reino de Dios.

Mientras que la habilidad para generar riqueza puede ser admirable desde una óptica humana, es crucial examinar los motivos detrás de dicha eficiencia.

Mateo 6:24 nos advierte, “Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” Esto nos recuerda que la verdadera medida del corazón no está en la habilidad de acumular riqueza, sino en la disposición de servir y glorificar a Dios con esos recursos.

La depravación total, entonces, se manifiesta no solo en actos obviamente inmorales sino también en la sutileza con la que el pecado puede infiltrarse en las actividades diarias, como la administración del dinero.

Esto no solo destaca la profundidad de nuestra necesidad de redención a través de Cristo, sino también la importancia de la regeneración del corazón y la mente, lo que solo puede ser logrado por la obra del Espíritu Santo (Tito 3:5).

En última instancia, la doctrina de la depravación total nos recuerda que sin la intervención divina, incluso nuestras mejores empresas están manchadas por nuestros motivos pecaminosos y nuestra incapacidad para buscar a Dios por nuestros propios medios.

Esto nos lleva a una dependencia total de la gracia de Dios, no solo para nuestra salvación eterna, sino también para nuestra santificación diaria en cada aspecto de la vida, incluyendo cómo manejamos nuestras finanzas.

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