La disciplina en la alimentación y el ejercicio físico es una práctica fundamental para mantener una buena salud y calidad de vida. Sin embargo, muchas personas encuentran difícil adoptar estos hábitos y, en algunos casos, llegan a justificar su falta de disciplina con argumentos que sugieren que la vida sería demasiado restrictiva o comparándola con un enclaustramiento.
Esta perspectiva a menudo se contradice con el cuidado y la atención que brindan a sus posesiones materiales, como sus automóviles, lo cual revela una paradoja interesante y desafiante.
Las Escrituras nos enseñan la importancia de cuidar nuestro cuerpo, ya que es el templo del Espíritu Santo. 1ª Corintios 6:19-20 nos recuerda: «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.» Este versículo subraya que nuestro cuerpo no nos pertenece, sino que es un don de Dios que debemos cuidar y honrar.
Mantener una disciplina en la alimentación y el ejercicio no es simplemente una cuestión de estética o apariencia, sino una responsabilidad espiritual y moral. Proverbios 23:20-21 advierte: «No estés con los bebedores de vino, ni con los comedores de carne; porque el bebedor y el comilón empobrecerán, y el sueño hará vestir vestidos rotos.» Este pasaje destaca los peligros del exceso y la indulgencia, recordándonos que la moderación y la disciplina son esenciales para una vida saludable y equilibrada.
La comparación entre el cuidado que damos a nuestros automóviles y el cuidado que damos a nuestros cuerpos revela una paradoja significativa. Muchas personas son meticulosas en el mantenimiento de sus vehículos, asegurándose de que reciban el combustible adecuado, el aceite correcto y el mantenimiento regular para garantizar su funcionamiento óptimo.
Sin embargo, estas mismas personas a menudo descuidan su propio cuerpo, ingiriendo alimentos y bebidas que dañan su salud y evitando el ejercicio necesario para mantenerse en forma.
Este comportamiento puede ser visto como una forma de idolatría, donde se priorizan las posesiones materiales sobre la creación de Dios. Romanos 1:25 dice: «Ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.» En este contexto, idolatrar nuestras posesiones y descuidar nuestro cuerpo es una inversión de las prioridades que Dios nos ha establecido.
Dios nos ha dado la responsabilidad de cuidar de nuestros cuerpos no solo por nuestra salud física, sino también para estar en condiciones de servirle mejor. Efesios 2:10 dice: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.«
Un cuerpo sano y fuerte nos permite cumplir con las buenas obras que Dios ha preparado para nosotros, y nos capacita para ser más efectivos en nuestro servicio y ministerio.
El ejercicio físico es una parte integral del cuidado del cuerpo. 1ª Timoteo 4:8 dice: «Porque el ejercicio corporal para poco es provechoso; pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera.» Aunque Pablo reconoce que la piedad es de mayor valor, también admite que el ejercicio físico tiene su propio valor y beneficio. Mantener un cuerpo en buena condición física es un acto de responsabilidad hacia nosotros mismos y hacia Dios.
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De nuevo, el cuidado de nuestro cuerpo a través de una alimentación saludable y el ejercicio físico es una responsabilidad que no debe tomarse a la ligera. La paradoja de tratar mejor a nuestras posesiones materiales, como los automóviles, que a nuestros propios cuerpos, revela una desconexión en nuestras prioridades. Las Escrituras nos llaman a cuidar nuestros cuerpos como templos del Espíritu Santo, a vivir con moderación y disciplina, y a valorar la creación de Dios en nosotros mismos. Al hacerlo, no solo mejoramos nuestra salud y bienestar, sino que también honramos a Dios y nos preparamos para servirle de manera más efectiva en todas las áreas de nuestra vida.
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