«Le dijeron: De César. Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.» Mateo 22:21 (RVR1960)
Dad (δίδωμι – didōmi): La palabra griega «didōmi» significa dar o entregar. En el contexto de la mayordomía financiera, implica la acción de devolver o asignar lo que corresponde a su debido lugar. Como siervos de nuestro Señor Jesucristo, entendemos que dar no se limita a lo material, sino que incluye nuestra obediencia y compromiso con Sus enseñanzas.
Un principio relevante es la importancia de ser generosos y responsables con los recursos que el Señor nos ha confiado. En 2ª Corintios 9:7, se nos anima a dar con alegría, reconociendo que todo lo que poseemos proviene de Dios y debe ser usado para Su gloria.
César (Καῖσαρ – Kaisar): El término «Kaisar» se refiere al emperador romano y, por extensión, a las autoridades terrenales. Como administradores de los recursos del Señor, tenemos la responsabilidad de cumplir con nuestras obligaciones civiles, incluyendo el pago de impuestos y contribuciones.
Este acto refleja nuestra integridad y testimonio como creyentes, mostrando que respetamos las estructuras establecidas mientras servimos a un reino superior. Romanos 13:7 nos instruye a dar a cada uno lo que le es debido, reconociendo la autoridad establecida por Dios.
Lo que es del César: Esta frase nos recuerda que hay aspectos de nuestra vida y recursos que pertenecen a las autoridades terrenales. Como mayordomos de Jesucristo, somos llamados a distinguir entre lo que pertenece a este mundo y lo que pertenece al reino de Dios.
Este discernimiento nos ayuda a vivir con integridad y sabiduría, administrando los recursos del Señor de manera que honre tanto nuestras responsabilidades terrenales como celestiales.
En 1ª Pedro 2:13-14, se nos exhorta a someternos a toda autoridad humana por causa del Señor, entendiendo que nuestro testimonio impacta a quienes nos rodean.
A Dios lo que es de Dios: Esta declaración enfatiza que, como ministros del Señor, todo lo que tenemos y somos le pertenece a Él. Nuestro tiempo, talentos, y tesoros deben ser dedicados a Su servicio y a la expansión de Su reino. Reconocemos que Jesús es la fuente de todas las riquezas y que nuestra principal lealtad es hacia Él.
Colosenses 3:23-24 nos recuerda que todo lo que hagamos debe ser hecho de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiremos la recompensa.
Consideremos un empresario cristiano que reconoce su responsabilidad de pagar impuestos y cumplir con las leyes fiscales. Además, decide establecer un fondo para apoyar misiones y obras de caridad, viendo sus ganancias como un medio para bendecir a otros y glorificar a Dios. Al hacerlo, cumple con sus obligaciones terrenales y espirituales, reflejando el principio de dar a Dios lo que es de Dios.
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Estos principios bíblicos nos guían a manejar nuestras finanzas de una manera que honra a Dios, reconociendo que somos mayordomos de lo que le pertenece. Al distinguir entre nuestras responsabilidades terrenales y nuestra lealtad celestial, podemos vivir vidas de integridad y generosidad.
Esto no solo nos beneficia a nosotros, sino que también impacta a nuestras comunidades y refleja la luz de Cristo en el mundo. Al aplicar estos principios, nuestras finanzas se convierten en un testimonio del reino de Dios y de Su fidelidad.
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