“Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta. Yo Pablo lo escribo de mi mano, yo lo pagaré; por no decirte que aun tú mismo te me debes también.” Filemón 1:18-19 (RVR1960)
Este versículo a Filemón refleja una hermosa enseñanza sobre la responsabilidad, la deuda, y la disposición a asumir la carga financiera en lugar de otros, un principio que está profundamente enraizado en la mayordomía cristiana.
La exégesis de este pasaje nos muestra a Pablo, un siervo de Cristo, dispuesto a intervenir y asumir cualquier deuda o daño causado por Onésimo, un esclavo fugitivo que ahora se había convertido en un hermano en la fe.
Este acto de generosidad y responsabilidad nos recuerda que nuestra administración financiera debe estar siempre guiada por un espíritu de sacrificio y amor, reflejando el carácter de nuestro Señor Jesucristo, quien es la fuente de todas las riquezas.
Analizando las palabras clave en su idioma original, encontramos significados profundos que pueden guiar nuestra comprensión de la mayordomía financiera. El término griego «ἠδίκησεν» (ēdikēsen), traducido como «dañó«, implica causar daño o injusticia.
Como siervos del Señor, debemos estar atentos a cualquier daño financiero que nuestras acciones o decisiones puedan causar a otros y estar dispuestos a corregirlo, reconociendo que todos los bienes y recursos que manejamos son del Señor y deben ser usados con justicia y equidad.
La palabra «ὀφείλει» (opheilei), traducida como «debe«, se refiere a una deuda u obligación financiera. En nuestra administración de los recursos del Señor, es esencial que seamos conscientes de nuestras deudas y obligaciones, cumpliéndolas con integridad y responsabilidad.
La deuda no solo es una obligación financiera, sino también moral y espiritual, y debemos manejarla de una manera que honre a Dios, asegurando que nuestras acciones reflejen la fidelidad de un buen mayordomo.
La frase «ἐλλόγα» (elloga), traducida como «ponlo a mi cuenta«, muestra la disposición de Pablo para asumir una deuda que no era suya, una imagen poderosa de la intercesión y el sacrificio.
Como administradores de los recursos del Señor, debemos estar dispuestos a intervenir en situaciones donde podamos ayudar a otros, incluso si eso significa asumir un costo personal. Este acto de amor y generosidad refleja el sacrificio de Cristo, quien asumió la deuda de nuestros pecados para darnos vida eterna.
El verbo «ἀποτίσω» (apotisō), que se traduce como «pagaré«, indica la intención de liquidar completamente una deuda. Este compromiso de cumplir con nuestras obligaciones es fundamental en la mayordomía financiera.
Como ministros del Evangelio, debemos ser conocidos por nuestra integridad y cumplimiento de nuestras promesas, reflejando la fiabilidad y la verdad del Señor en todas nuestras transacciones.
Finalmente, la frase «καὶ σεαυτὸν μοι προσοφείλεις» (kai seauton moi prosopheileis), traducida como «tú mismo te me debes también«, destaca una deuda relacional y espiritual que va más allá de lo material.
Eso nos recuerda que nuestra relación con los demás y con Dios también implica una responsabilidad que debemos honrar, reconociendo que nuestras vidas y todo lo que tenemos pertenecen al Señor.
Un versículo que apoya este principio es Proverbios 19:17, que dice: «A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar«; versículo que refuerza la idea de que cuando asumimos la carga financiera para ayudar a otros, lo hacemos en servicio a Dios, quien es el dueño de todas las riquezas y el recompensador de aquellos que manejan Sus recursos con fidelidad.
Para ilustrar uno de los principios más representativos de este versículo, consideremos el ejemplo de un cristiano que decide asumir la deuda médica de un amigo en necesidad.
Ese creyente, actuando como un verdadero mayordomo, no solo alivia la carga financiera de su amigo, sino que también refleja el amor sacrificial de Cristo, quien asumió nuestra mayor deuda.
Al hacerlo, demuestra cómo nuestra disposición a intervenir en las deudas de otros puede glorificar a Dios y extender Su gracia.
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En resumen, los principios extraídos de este versículo nos enseñan la importancia de asumir la responsabilidad por las deudas y daños, estar dispuestos a sacrificar nuestros propios recursos en beneficio de otros, y manejar todas nuestras obligaciones con la integridad que se espera de los siervos del Señor.
Aplicar estos principios en nuestra vida diaria nos permitirá manejar las finanzas de manera que honre a Dios, asegurando que nuestras acciones reflejen la generosidad, el amor y la fidelidad de nuestro Señor Jesucristo, quien es la fuente de todo lo que tenemos.
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