Isaías 45:3 declara: «Y te daré los tesoros escondidos, y los secretos muy guardados, para que sepas que yo soy Jehová, el Dios de Israel, que te pongo nombre.»
Este versículo habla de la promesa de Dios de revelar y proporcionar recursos ocultos y sabiduría, enfatizando que Él es la fuente de todas las riquezas, tanto materiales como espirituales.
En el contexto de la mayordomía financiera, este pasaje nos invita a reconocer que nuestro Señor Jesucristo es quien nos otorga todas las cosas, y nosotros, como Sus siervos, somos llamados a manejar estos recursos con sabiduría y fidelidad.
Al analizar las palabras clave en el hebreo original, encontramos «daré» (נָתַן, natan), que implica un acto generoso y soberano de provisión.
«Tesoros» (אוֹצָר, otzar) se refiere a riquezas acumuladas que son tanto materiales como espirituales.
La palabra «escondidos» (סָתוּם, satam) sugiere que estos recursos no siempre son visibles a simple vista y requieren discernimiento para ser descubiertos.
Finalmente, «guardados» (מַסְתִּיר, mastir) indica que estos recursos son protegidos y reservados para un propósito específico.
Proverbios 8:21, que dice: «Para hacer que los que me aman tengan heredad, y que yo llene sus tesoros,» refuerza este principio al mostrar cómo la sabiduría de Dios enriquece a Sus administradores.
Como mayordomos de las riquezas del Señor, somos llamados a buscar no solo ganancias financieras, sino también a cultivar riquezas espirituales como la fe, la sabiduría y el amor.
Esto significa invertir en relaciones y obras que reflejen el carácter de Cristo, asegurando que nuestra vida económica sea un testimonio de Su abundancia y gracia.
Un ejemplo práctico de estos principios se observa en la vida de un empresario cristiano que decide dirigir una parte significativa de sus ganancias hacia proyectos que beneficien a su comunidad, como programas educativos o iniciativas de ayuda social.
Al hacerlo, este empresario demuestra que entiende que los bienes son del Señor y debe ser usado para Sus propósitos, reflejando una profunda comprensión de la verdadera riqueza y mayordomía.
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En conclusión, al aplicar estos principios en nuestra vida diaria, podemos manejar las finanzas de manera que honre a Dios, reconociendo que toda riqueza y sabiduría vienen de Él.
Al ser fieles en nuestra administración, no solo multiplicamos los recursos del Señor, sino que también damos testimonio de Su amor y poder en el mundo.
Al final, al recordar que somos ministros de Su gracia, podemos vivir con la certeza de que nuestras acciones contribuyen a Su reino eterno, revelando así los tesoros escondidos y los secretos guardados de Su sabiduría y bondad.
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