La mayordomía financiera es un concepto profundamente arraigado en las Escrituras, y entender cómo manejar nuestros recursos de manera que honre a Dios es esencial para vivir de acuerdo con Sus principios.
Uno de los aspectos fundamentales de la mayordomía es reconocer que todo lo que poseemos pertenece al Señor, y nosotros somos simplemente Sus administradores. Este entendimiento nos lleva a una perspectiva que transforma cómo vemos nuestro trabajo, ingresos e inversiones.
Cuando nos empleamos en tareas remuneradas, estamos bajo la autoridad de un empleador, quien determina nuestra retribución económica. En este contexto, la Escritura nos enseña a trabajar con diligencia y fidelidad, reconociendo que, aunque servimos a un patrón terrenal, en última instancia servimos al Señor.
Colosenses 3:23-24 nos instruye: «Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.» Este versículo destaca que nuestra actitud hacia el trabajo debe ser de integridad y dedicación, confiando en que Dios es quien nos recompensa verdaderamente.
Sin embargo, al invertir nuestros recursos de manera que generen ingresos pasivos, asumimos un papel más directo en la gestión de nuestras finanzas. Esta autonomía nos brinda la oportunidad de ser sabios y prudentes en cómo hacemos crecer los recursos que Dios nos ha confiado.
La parábola de los talentos en Mateo 25:14-30 ilustra la importancia de ser buenos administradores. En esta parábola, los siervos que invirtieron sabiamente lo que se les había confiado fueron elogiados y recompensados, mientras que el siervo que no hizo nada con su talento fue reprendido.
Este relato nos recuerda que Dios espera que seamos proactivos y responsables en la gestión de lo que se nos ha dado, buscando multiplicar los recursos para Su gloria y propósito.
El control sobre nuestros ingresos a través de inversiones no solo implica tomar decisiones financieras astutas, sino también alinear nuestras acciones con los principios del Reino de Dios. Esto significa invertir en formas que promuevan el bien común, apoyen a aquellos en necesidad y avancen el evangelio.
Proverbios 3:9-10 nos anima: «Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto.» Al poner a Dios primero en nuestras finanzas, reconocemos Su señorío sobre nuestras vidas y confiamos en Su provisión.
Un ejemplo práctico de este principio es destinar una parte de nuestras ganancias para apoyar ministerios, ayudar a los pobres o invertir en proyectos que tengan un impacto positivo en la sociedad.
Al hacerlo, demostramos que entendemos que nuestra prosperidad no es solo para nuestro beneficio personal, sino para bendecir a otros y avanzar el Reino de Dios en la tierra. Esto refleja una mayordomía fiel y una disposición a usar nuestros recursos para el propósito divino.
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En conclusión, tanto en el trabajo bajo autoridad como en la gestión independiente de nuestras inversiones, somos llamados a ser fieles mayordomos de los recursos del Señor.
Al aplicar principios bíblicos a nuestras finanzas, demostramos nuestra confianza en Dios como el proveedor último y usamos lo que nos ha sido confiado para Su gloria.
Al vivir de esta manera, no solo experimentamos bendiciones materiales, sino también la satisfacción de saber que nuestras vidas y nuestras finanzas están alineadas con la voluntad de nuestro Señor Jesucristo.
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