“Y tomó vivo a Agag, rey de Amalec, pero a todo el pueblo mató a filo de espada.” 1º Samuel 15:8 (RVR1960)
En este versículo, vemos la desobediencia de Saúl al mandato claro de Dios de eliminar completamente a los amalecitas. Saúl preserva la vida de Agag, el rey de Amalec, y aunque destruye a gran parte del pueblo, decide conservar lo que parecía ser valioso a sus propios ojos.
Este acto revela un corazón que no se somete completamente a la voluntad de Dios, prefiriendo retener aquello que le parecía útil o provechoso, en lugar de obedecer de manera absoluta.
El análisis de las palabras clave en hebreo revela principios esenciales para nuestra vida como administradores de los bienes que Cristo Jesús nos ha encomendado.
La palabra «tomó» (en hebreo, לָכַד lākad) significa «capturar» o «tomar por la fuerza», y muestra cómo Saúl, en lugar de destruir completamente a Agag, lo retuvo, quizá pensando en obtener un beneficio o prestigio al mantenerlo cautivo.
Eso nos recuerda que como siervos de Cristo, no debemos retener aquello que Dios nos llama a rendirle. En términos de las finanzas, no debemos aferrarnos al dinero o a las posesiones que nos ha encomendado como si fueran nuestras, sino que debemos administrarlas según Su voluntad, sin buscar ganancias egoístas.
Otra palabra clave es «vivo» (ḥāy), que denota no solo la preservación de la vida física, sino también el intento de Saúl de mantener lo que le parecía valioso según sus propios criterios.
En la mayordomía financiera, debemos estar conscientes de que toda riqueza, vida y provisión provienen de nuestro Señor Jesucristo, y es suya para ser usada conforme a Sus soberana voluntad. Retener lo que nos ha mandado soltar, sea en ofrendas o en apoyo a los necesitados, es un acto de desobediencia.
El principio bíblico aquí es claro: La obediencia a la voluntad de Dios en todos los aspectos, incluyendo el uso de los bienes que nos ha encargado, es fundamental para honrarle.
Deuteronomio 8:18 nos recuerda: «Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto.» Aquí vemos que todas nuestras capacidades para generar bienes provienen de Él, y no debemos usarlas de acuerdo a nuestra sabiduría, sino conforme a Sus propósitos.
Un ejemplo práctico que ilustra este principio es cuando un administrador de una empresa decide no solo generar ganancias para su propio beneficio, sino reinvertir parte de esas utilidades en causas justas y generosas, como la ayuda a los más necesitados, siempre reconociendo que esas utilidades provienen del Señor y no de su propio esfuerzo.
Del mismo modo, nosotros debemos estar dispuestos a soltar el control de las finanzas que nos ha dado Cristo Jesús para invertirlas en el Reino, ya sea en apoyar a una congregación local o en ministerios que extienden el Evangelio.
También le interesaría:
En conclusión, los principios de obediencia y sumisión a la voluntad de Dios nos invitan a administrar sabiamente los bienes que nos han sido confiados, sabiendo que no son nuestros, sino del Señor.
Nuestras decisiones financieras deben estar sometidas a Su palabra, reconociendo que cada recurso es un regalo de su gracia.
Al hacerlo, viviremos como mayordomos fieles que honran al Señor en todas nuestras acciones.
Deja una respuesta