Tomás Becket

El 3 de junio de 1162, Tomás Becket fue consagrado como Arzobispo de Canterbury, un evento que marcó un punto crucial en la historia de Inglaterra y en la vida de Becket.

Antes de su nombramiento, Becket había servido como canciller del rey Enrique II, desempeñando sus funciones con gran eficiencia y lealtad hacia el monarca.

La amistad entre Becket y Enrique II era fuerte y se basaba en una mutua confianza y respeto, lo que llevó al rey a nominar a Becket para el alto cargo eclesiástico, esperando que su amigo continuara siendo leal a él y a sus intereses. Sin embargo, tras su consagración como arzobispo, Becket experimentó un cambio radical y profundo.

Anteriormente conocido por su vida más secular y su cercanía al rey, Becket se convirtió en un ferviente defensor de los derechos y la autonomía de la Iglesia frente a la corona.

Este cambio no fue simplemente una cuestión de política, sino que reflejaba una verdadera transformación personal hacia la piedad y la devoción religiosa.

Tomás Becket adoptó un estilo de vida austero, dedicándose a la oración y a la defensa de los principios eclesiásticos con una fervorosa determinación.

Este giro inesperado y la nueva postura de Becket pronto se convirtieron en una fuente de fricción con Enrique II.

El rey, que había esperado tener a un aliado en la cabeza de la Iglesia inglesa, se encontró en cambio con un opositor tenaz.

Becket resistió los intentos de Enrique de imponer su autoridad sobre la Iglesia, lo que llevó a una serie de conflictos legales y políticos entre ambos.

La tensión alcanzó su punto culminante cuando Becket excomulgó a varios nobles y clérigos que apoyaban al rey, y el rey respondió intentando reducir el poder de la Iglesia mediante leyes que limitaban su autonomía.

La situación se volvió insostenible y el conflicto llegó a un trágico desenlace en 1170. Según las crónicas de la época, Enrique II, frustrado y furioso por la constante resistencia de Becket, expresó su frustración en términos que fueron interpretados como una orden indirecta de eliminar al arzobispo.

Un grupo de cuatro caballeros leales al rey, interpretando estas palabras como una licencia para actuar, viajaron a Canterbury con la intención de confrontar a Becket.

El 29 de diciembre de 1170, los caballeros encontraron a Becket en la catedral de Canterbury, donde el arzobispo se encontraba en oración.

A pesar de las amenazas y la violencia, Becket se negó a retractarse de sus posiciones o a someterse a la voluntad del rey.

Los caballeros lo atacaron brutalmente, asesinándolo frente al altar. El asesinato de Tomás Becket conmocionó a la cristiandad medieval, convirtiéndolo en un mártir casi de inmediato.

La catedral de Canterbury se convirtió en un lugar de peregrinación y su santuario atrajo a numerosos devotos que buscaban honrar su memoria y pedir su intercesión.

Enrique II, consciente del impacto negativo de la muerte de Becket sobre su reputación, realizó un acto de penitencia pública para mostrar su arrepentimiento y buscar el perdón de la Iglesia.

El asesinato de Becket no solo dejó una huella indeleble en la historia religiosa de Inglaterra, sino que también reforzó la independencia de la Iglesia respecto al poder secular, un legado que perduró mucho después de la muerte de ambos hombres.

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