Tomás de Aquino

El 6 de diciembre de 1273 (Historia Medieval), Tomás de Aquino, nacido el 28 de enero de 1225 en Roccasecca, un castillo cercano a Nápoles en el Reino de Sicilia; en la abadía de Fossanova, Italia, mientras se dirigía al Concilio de Lyon, vivió una “experiencia mística extraordinaria” mientras celebraba la Misa, siendo uno de los más grandes teólogos en la historia del cristianismo.

Ese evento marcó un punto crucial en su vida y obra, pues, a raíz de esta visión, decidió abandonar su trabajo en la monumental Summa Theologica, una de las obras más influyentes en la teología cristiana. Después de la Misa, expresó a su compañero y secretario, Reginaldo de Piperno“No puedo continuar. Tales cosas me han sido reveladas que todo lo que he escrito me parece como paja en comparación con lo que he visto”.

La Summa Theologica quedó inconclusa, deteniéndose en la sección sobre la penitencia. Este hecho tiene un significado profundo, ya que refleja no solo un cambio en la percepción personal de Tomás, sino también su convicción de que el conocimiento humano, por elevado que sea, resulta insignificante ante la grandeza y el misterio incomprensible de Dios. Para Tomás, su visión fue un destello de la gloria divina, una experiencia que eclipsó todo su esfuerzo teológico anterior.

Tomás pasó los últimos meses de su vida en un estado de contemplación, profundamente marcado por esta experiencia mística. Falleció el 7 marzo de 1274, dejando un legado que no solo incluye sus escritos, sino también su testimonio de humildad y reverencia ante el misterio divino. Su decisión de no continuar con la Summa subraya su convicción de que, aunque la razón y la teología son herramientas valiosas para acercarnos a Dios, no pueden abarcar plenamente su majestad infinita.

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Este momento en la vida de Tomás de Aquino es a menudo interpretado como la culminación de su búsqueda teológica. 

Desde una perspectiva espiritual, su visión y su decisión de abandonar la escritura pueden entenderse como un reconocimiento de que, al final, el conocimiento y la comprensión humana son secundarios frente a la experiencia directa de la presencia divina. 

Este acontecimiento se erige como un recordatorio de que nuestra fe y devoción deben estar fundamentadas no solo en el conocimiento, sino en la adoración reverente del misterio insondable de Dios.

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