Y entonces recordaron sus palabras; Lucas 24:8

Y entonces recordaron sus palabras”; Lucas 24:8. En los relatos de la resurrección encontramos un fenómeno profundamente humano y espiritualmente revelador: el olvido de las palabras de Cristo por parte de sus propios discípulos, y el acto de gracia mediante el cual Dios mismo les hace recordar. 

Esta dinámica aparece de manera explícita en el caso de las mujeres que fueron al sepulcro: los ángeles les dicen que Jesús ya lo había anunciado —su muerte, sepultura y resurrección al tercer día— y el texto dice con sencillez y poder: “Entonces ellas se acordaron de sus palabras” (Lucas 24:8).

Este detalle no es menor. La resurrección de Jesús fue anunciada con claridad por Él mismo en múltiples ocasiones (Mateo 16:21; 17:23; 20:19; Marcos 8:31; Lucas 9:22), pero en el momento decisivo, sus seguidores no lo esperaban. 

Fueron al sepulcro con especias, no con alabanza. Se lamentaban por su pérdida, no celebraban su victoria. La verdad no había desaparecido, pero sí había sido olvidada.

1. El olvido en el corazón humano. La Escritura da amplio testimonio de esta tendencia del pueblo de Dios a olvidar. Israel olvidaba los milagros del Éxodo (Salmo 106:13), los mandamientos (Deuteronomio 8:11), y las promesas del pacto. 

Pero este olvido no es meramente mental: es un olvido espiritual, una desconexión entre lo que se ha oído y lo que se cree con el corazón. 

Así también, los discípulos de Jesús habían oído muchas veces sobre su resurrección, pero su entendimiento seguía velado. El dolor, el miedo, y las expectativas equivocadas nublaron la memoria de la Palabra.

2. La gracia del recuerdo. Pero Dios, en su fidelidad, no los deja en la niebla. En el caso de las mujeres, envía mensajeros celestiales para activar su memoria: “Acordaos de lo que os habló…” (Lucas 24:6). Es un acto de misericordia: Dios hace recordar lo que Él mismo dijo. El Espíritu Santo, en Juan 14:26, será descrito precisamente con esta función: “os recordará todo lo que yo os he dicho”.

Con los discípulos en el camino a Emaús y luego en el aposento alto, Jesús mismo les explica las Escrituras, y finalmente “les abrió el entendimiento” (Lucas 24:45). 

Este acto de apertura no es solo intelectual, sino espiritual. No basta con oír la verdad: debe ser recordada, comprendida y abrazada. Y eso, según la doctrina reformada, es obra del Espíritu Santo. La fe no nace del mero dato, sino del recuerdo vivificado por gracia.

3. Solus Christus, Soli Deo Gloria. Esta escena también exalta al Cristo resucitado como el centro de toda revelación. Los discípulos no comprendieron hasta que Cristo mismo les explicó todo lo concerniente a Él en Moisés y los profetas

Toda la Escritura converge en Él, y solo al ver a Cristo como centro se ilumina lo demás. Por eso, el recuerdo que salva no es simplemente de eventos o frases, sino del Evangelio encarnado: Cristo murió, fue sepultado y resucitó conforme a las Escrituras.

Y el que nos hace recordar, el que abre nuestros ojos y mente, es Dios mismo. Así, todo recuerdo verdadero, toda comprensión genuina, toda fe viva, nos lleva a una sola respuesta: Soli Deo Gloria. No recordamos porque somos brillantes, sino porque Él es fiel.

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Conclusión práctica. Hoy, como ayer, muchos creyentes conocen las promesas, pero en los momentos oscuros las olvidan. El temor, la tristeza o la confusión espiritual pueden enterrar temporalmente las verdades que antes parecían firmes. 

Pero el Dios que no cambia sigue usando su Palabra, sus mensajeros y sobre todo su Espíritu para reavivar el recuerdo. Y cuando eso ocurre, el alma se enciende, la fe resurge y la esperanza canta: “¡Él vive!”

“Entonces ellas se acordaron de sus palabras.”

¡Que esa misma gracia sea con nosotros cada día!

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