Dádivas que Cuesten, 2º Samuel 24:24

Y el rey dijo a Arauna: No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada. Entonces David compró la era y los bueyes por cincuenta siclos de plata.” 2º Samuel 24:24 RVR1960

Este versículo resalta la importancia de ofrecer a Dios aquello que verdaderamente tiene un valor para nosotros, mostrando que la verdadera adoración y servicio a Jehová implica sacrificio.

En este pasaje, el rey David, al insistir en pagar el precio completo por la era y los bueyes, subraya el principio de que lo que damos a Dios debe venir de nuestros propios recursos, no de aquello que no nos representa ningún sacrificio.

Al analizar las palabras clave en su idioma original, encontramos profundos significados que enriquecen nuestra comprensión de la mayordomía financiera. La palabra «precio» (hebreo: mechir) no solo se refiere a un costo monetario, sino también a algo que tiene valor intrínseco. David entendió que la ofrenda a Dios debe tener un valor real, no solo simbólico.

El verbo «compraré» (hebreo: qanah) sugiere la acción de adquirir algo con esfuerzo y propósito, lo que refleja la intención consciente de David de honrar a Dios con sus bienes.

El término «ofreceré» (hebreo: alah) se traduce como ascender o elevar, implicando que las ofrendas no son simplemente donaciones, sino actos de elevar lo mejor de nuestros bienes a Dios.

La palabra «holocaustos» (hebreo: olah) se refiere a un sacrificio completo, algo que se entrega enteramente al Señor, lo que subraya que como ministros de Jesucristo, todo lo que poseemos y damos debe reflejar nuestra total devoción a Él.

La frase «que no me cuesten» (hebreo: lo chinnam) significa gratuitamente o sin precio. David rechaza la idea de ofrecer algo que no le cuesta, enseñándonos que la verdadera mayordomía financiera implica un sacrificio tangible.

«Compró» (hebreo: qanah) y «la era y los bueyes» (hebreo: goren y baqar) refuerzan la idea de adquirir algo valioso para el Señor. Finalmente, «cincuenta siclos de plata» (hebreo: chamishim shekel keseph) especifica el valor monetario, un recordatorio de que nuestras ofrendas deben reflejar un costo real y significativo.

Un principio relevante que emerge de este análisis es que nuestro servicio y adoración a Dios, como sus administradores, debe implicar un sacrificio genuino de lo que Él nos ha dado.

Este principio es apoyado por Proverbios 3:9, que nos exhorta: «Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos.» Aquí, vemos que debemos honrar a Dios con lo mejor de lo que tenemos, no con lo que nos sobra, porque todo lo que poseemos, incluyendo nuestras riquezas, es suyo.

Un ejemplo práctico de este principio podría ser la decisión de un creyente de donar a su congregación local no solo de sus ingresos sobrantes, sino de una porción significativa de su salario, como una expresión tangible de gratitud y reconocimiento de que todo proviene del Señor.

Ese acto de sacrificio voluntario no solo honra a Dios, sino que también refuerza en el creyente la comprensión de que es un simple mayordomo de los bienes del Señor, no un propietario.

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En resumen, los principios extraídos de este versículo nos enseñan a manejar nuestras finanzas de manera que honre a Dios, reconociendo que todos nuestros bienes pertenecen a Él.

Al ofrecer lo mejor de los recursos y al hacerlo con sacrificio, afirmamos nuestra devoción y fidelidad como siervos del Señor, y mostramos que entendemos nuestra verdadera posición como administradores de Sus riquezas.

Estos principios, aplicados en la vida diaria, transforman la manera en que manejamos el dinero y los bienes que Dios nos ha confiado, asegurando que nuestras acciones reflejen nuestra profunda reverencia y amor hacia Él.

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