«Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.» Lucas 16:13.
Este versículo nos confronta directamente con una verdad fundamental sobre la mayordomía financiera. La palabra «siervo» en griego es δοῦλος (doulos), que se traduce más precisamente como «esclavo».
Esto subraya la naturaleza total de nuestra relación con nuestro Señor Jesucristo: somos completamente suyos, y nuestra lealtad no puede estar dividida.
En cuanto a «servir» (δουλεύειν, douleuein), implica un servicio continuo y exclusivo, lo cual nos enseña que nuestro rol como administradores de los bienes del Señor requiere dedicación absoluta, sin permitir que el dinero se convierta en nuestro amo.
La palabra «señores» (κυρίοις, kyrios) en este contexto refiere tanto a Dios como a las riquezas, resaltando la imposibilidad de rendir un servicio verdadero y devoto a ambos.
«Aborrecerá» (μισήσει, misēsei) y «amará» (ἀγαπήσει, agapēsei) nos muestran la reacción emocional inevitable que surge al intentar servir a dos amos: uno será despreciado mientras que el otro será amado.
Esto implica que nuestra actitud hacia las riquezas revela nuestro amor o desprecio por Dios, lo cual es crucial para nuestra mayordomía financiera. Como ministros de Cristo seremos tentados continuamente a decidir a quién dedicaremos nuestro corazón.
La palabra «menospreciará» (καταφρονήσει, kataphronēsei) enfatiza una subestimación o desdén hacia uno de los señores, mientras que «estimará» (ἀνθέξεται, anthexetai) implica un apego y lealtad firme al otro.
Al analizar este contraste, se destaca que como mayordomos, nuestra lealtad debe ser indivisible y completamente dirigida hacia Dios, quien es la fuente de todas las riquezas.
Este principio es reforzado en Mateo 6:24, que declara: «No podéis servir a Dios y a las riquezas,» subrayando la exclusividad de nuestra devoción como administradores de lo que es verdaderamente de Dios.
Un ejemplo práctico de este principio es cómo manejamos nuestras decisiones financieras diarias.
Si recibimos un aumento de salario, podemos ser tentados a gastar más en lujos personales, o podemos ver esa provisión como un recurso del Señor para ser usado en su obra, tal vez para apoyar a la iglesia o a los más necesitados.
En este sentido, decidimos a quién servimos: a nosotros mismos y al dinero, o a Dios, reconociendo que somos sus administradores.
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En resumen, estos principios pueden aplicarse en la vida diaria al recordar que todas las finanzas y bienes que manejamos pertenecen al Señor, y debemos usarlos de manera que honre a Dios.
Como siervos, esclavos, ministros y administradores de Cristo, nuestra lealtad no puede ser dividida entre Dios y las riquezas, pues nuestra vida financiera debe reflejar que servimos exclusivamente a nuestro Señor y no a las riquezas de este mundo.
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