«Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.» Mateo 6:24.
En este versículo o como en Lucas 16:13, Jesús, nuestro Señor y Salvador, nos da una advertencia clara sobre la naturaleza de nuestro servicio y lealtad.
La palabra «servir» proviene del griego douleuō (δουλεύω), que significa «ser esclavo» o «estar sometido». Esto nos enseña que, como siervos de Cristo, estamos llamados a ser administradores fieles, dedicando nuestra vida y recursos exclusivamente a Él.
No podemos dividir nuestra lealtad entre Dios y las riquezas (mamōnas – μαμωνᾶς), porque estas son meramente herramientas que nos han sido confiadas por el Señor para ser usadas con sabiduría y no para ser adoradas o convertirse en nuestro ídolo.
La palabra «señores» se traduce del griego kyrios (κύριος), que significa «amo» o «dueño«. Este término subraya que solo hay un verdadero Amo a quien debemos someternos: Dios.
Intentar servir a dos amos es incompatible con la devoción plena que Cristo exige de nosotros. Como administradores de los recursos que el Señor nos ha confiado, nuestra responsabilidad es honrar a nuestro verdadero Amo en todas las decisiones financieras que tomamos.
El verbo «aborrecerá» proviene del griego miseō (μισέω), que implica una aversión o rechazo profundo. Si ponemos nuestras esperanzas en las riquezas terrenales, inevitablemente llegaremos a aborrecer a Dios, porque las riquezas, cuando se convierten en nuestro señor, nos apartan de la fuente de todas las bendiciones, Jesucristo.
Por otro lado, «amará» deriva del griego agapaō (ἀγαπάω), que denota un amor devoto y sacrificial. El amor verdadero hacia nuestro Señor nos llevará a administrar Sus bienes con diligencia y a invertir en Su Reino, no en la acumulación egoísta.
«Estimará» se traduce del griego antechomai (ἀντέχομαι), que significa «aferrarse» o «adherirse». Si estimamos más las riquezas que a Dios, terminaremos menospreciando (kataphroneō – καταφρονέω), es decir, tratando con desprecio lo que realmente tiene valor eterno: nuestra relación con Cristo y nuestra obediencia a Su voluntad.
Este principio se refuerza en 1ª Timoteo 6:10, donde se nos advierte que «el amor al dinero es la raíz de todos los males«. Como ministros de Cristo, debemos reconocer que las riquezas no son nuestras, sino del Señor, y que nuestro amor debe estar dirigido exclusivamente hacia Él.
El dinero y los bienes que poseemos son instrumentos que deben ser usados para la gloria de Dios, no para satisfacer deseos mezquinos y egoístas.
Un ejemplo práctico de este principio puede observarse en la decisión de no endeudarnos para satisfacer un capricho. Si, como mayordomos de los recursos de Dios, consideramos la opción de tomar un préstamo para adquirir algo innecesario, debemos reflexionar sobre a quién estamos realmente sirviendo: ¿a Dios o a las riquezas?
Al evitar endeudarnos por deseos temporales, demostramos que nuestro amor y lealtad están reservados para nuestro Amo celestial, no para el dinero.
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En conclusión, como siervos del Señor Jesucristo, nuestra misión es manejar Sus recursos de manera que refleje nuestra devoción exclusiva a Él.
Este enfoque en la mayordomía financiera nos protege de la trampa de servir a las riquezas y nos permite vivir de manera que honre a Dios, utilizando lo que Él nos ha confiado para avanzar en Su Reino y glorificar Su nombre en todas nuestras acciones.
Que cada decisión financiera que tomemos sea un testimonio de nuestra lealtad a nuestro único y verdadero Amo a quien amamos de todo nuestro corazón.
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