El 8 de diciembre de 1775 (Historia Moderna), el clérigo anglicano y autor de himnos John Newton escribió en una carta estas palabras profundamente significativas: “Esto es la fe: un renunciar a todo lo que tendemos a llamar nuestro propio y depender enteramente de la sangre, justicia e intercesión de Jesús.”
Esas palabras condensan la esencia de la doctrina cristiana sobre la fe, particularmente desde la perspectiva de las doctrinas de la gracia que Newton defendía y vivía.
En primer lugar, Newton describe la fe como un renunciamiento. Esta palabra implica un abandono activo, un apartarse de cualquier cosa que uno podría considerar como propio mérito, capacidad o recurso. El corazón del ser humano, afectado por el pecado, tiene una inclinación natural a confiar en sus propias obras, esfuerzos o justicias como base para su aceptación delante de Dios.
Sin embargo, Newton enfatiza que la verdadera fe requiere un rechazo de esta tendencia. Esto está en total armonía con las Escrituras, donde se nos enseña que nuestras justicias son como trapos de inmundicia delante de Dios (Isaías 64:6). Por tanto, el primer paso de la fe es reconocer que nada de lo que poseemos, hacemos o somos puede justificar nuestra posición delante del Dios santo.
Luego, Newton subraya el objeto de la fe: la sangre, la justicia y la intercesión de Jesús. Aquí encontramos un fundamento cristocéntrico para la fe. La “sangre” de Cristo hace referencia a Su sacrificio expiatorio en la cruz, el acto mediante el cual Él derramó Su vida para pagar la deuda de nuestros pecados.
En ese sentido, Newton nos recuerda que nuestra esperanza no está en nosotros mismos, sino en la obra consumada de Cristo, quien murió por los pecadores y reconcilió a los creyentes con Dios.
La “justicia” de Cristo, mencionada por Newton, es el corazón del evangelio. No es solo que Cristo pagó la deuda de nuestro pecado, sino que también imputó Su perfecta obediencia a los creyentes. Como lo dice 2ª Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” Esto significa que, al poner nuestra fe en Jesús, somos cubiertos por Su justicia y declarados justos delante de Dios, no por lo que hemos hecho, sino por lo que Cristo ha hecho en nuestro lugar.
Finalmente, Newton menciona la intercesión de Jesús. Esto señala el ministerio continuo de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote que intercede por nosotros delante del Padre (Hebreos 7:25). En la fe cristiana, no solo dependemos de lo que Cristo hizo en el pasado, sino de Su obra presente en los cielos, donde Él aboga por los creyentes, asegurando que nunca seremos apartados de Su amor.
La frase de Newton también destaca un principio central del cristianismo reformado: la completa dependencia en Cristo. La fe bíblica no es una mezcla de méritos humanos y la obra de Cristo; es una confianza total y exclusiva en Su obra redentora.
Ese énfasis tiene implicaciones profundas en la vida cristiana: significa que, como hijos de Dios, no tenemos nada de qué jactarnos, salvo de la cruz de Cristo (Gálatas 6:14). Además, esta comprensión de la fe nos lleva a la humildad, a la gratitud y a la adoración, reconociendo que todo lo que tenemos –nuestra salvación, esperanza y vida eterna– proviene únicamente de Él.
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En resumen, las palabras de John Newton encierran una verdad profunda y eterna: la fe no se basa en lo que somos ni en lo que hacemos, sino en lo que Cristo ha hecho y continúa haciendo por nosotros.
Esta fe nos libera del orgullo, de la desesperación y de la carga de intentar ganar el favor de Dios por nuestros propios esfuerzos, llevándonos a descansar completamente en el amor y la gracia de nuestro Salvador.
Que esta declaración de Newton nos recuerde cada día que Jesús es nuestra única esperanza, tanto ahora como en la eternidad.
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