«Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme.» Mateo 19:21 (RVR1960)
Este versículo es una poderosa declaración de nuestro Señor Jesucristo sobre la verdadera naturaleza de la perfección y el tesoro espiritual. En este pasaje, Jesús confronta a un joven rico que había cumplido con todos los mandamientos externos, pero que aún tenía su corazón apegado a sus riquezas terrenales.
A través de este llamado a la acción, Jesús revela que la perfección no se encuentra en la acumulación de bienes materiales, sino en la disposición a desprenderse de ellos por amor a Dios y al prójimo.
Aquí vemos que la mayordomía financiera no se trata solo de cómo manejamos los recursos que el Señor nos ha confiado, sino también de dónde colocamos nuestro tesoro y nuestra lealtad. En ese contexto, la exégesis del texto nos permite entender mejor las implicaciones de las palabras de Jesús.
La frase «si quieres ser perfecto» en griego es εἰ θέλεις τέλειος εἶναι (ei theleis teleios einai), donde «teleios» significa «completo» o «maduro». Jesús no está sugiriendo que la perfección moral o espiritual sea alcanzable por nuestras propias obras, sino que la verdadera madurez espiritual implica un corazón libre de ataduras a las riquezas terrenales.
Como administradores de las riquezas del Señor, estamos llamados a buscar esta perfección, comprendiendo que nuestra verdadera riqueza no reside en lo que poseemos, sino en nuestra relación con Dios.
La instrucción «anda, vende lo que tienes» (ὕπαγε πώλησον τὰ ὑπάρχοντά σου, hypage pōlēsōn ta hyparchonta sou) es un mandato radical que desafía nuestras nociones de seguridad y propiedad.
«Ta hyparchonta» se refiere a las posesiones o bienes, lo que subraya la importancia de estar dispuestos a desprendernos de lo que consideramos nuestro, reconociendo que todo pertenece al Señor. Esta disposición a vender y dar a los pobres es un acto de fe y obediencia, que demuestra que entendemos que nuestras riquezas verdaderas son espirituales, no materiales.
El resultado prometido, «tendrás tesoro en el cielo» (θησαυρὸν ἐν οὐρανοῖς, thēsauron en ouranois), nos recuerda que las riquezas del Señor no se miden en términos terrenales. Este «tesoro» es eterno y no está sujeto a la corrupción o al robo, como lo estarían las riquezas materiales.
Como esclavos (voluntarios) de Cristo, nuestra perspectiva debe estar orientada hacia el cielo, donde nuestras verdaderas recompensas nos esperan, y no en la acumulación de bienes terrenales.
Finalmente, la invitación «ven y sígueme» (δεῦρο ἀκολούθει μοι, deuro akolouthei moi) es un llamado a la acción continua. No es suficiente simplemente deshacerse de las riquezas; debemos seguir a Cristo con todo nuestro corazón, como ministros comprometidos con Su causa.
Este seguimiento implica una vida de servicio y sacrificio, donde nuestras decisiones financieras reflejan nuestro compromiso con el Reino de Dios.
Para apoyar este principio, podemos considerar Lucas 12:33-34: «Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega ni polilla destruye. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.» Este versículo refuerza la idea de que nuestras decisiones sobre el dinero y las posesiones revelan dónde está nuestro corazón y a quién servimos realmente.
Un ejemplo práctico de este principio podría ser cómo decidimos manejar una herencia o una ganancia inesperada. En lugar de utilizarla para satisfacer deseos personales, podríamos optar por invertirla en la obra del Señor, ya sea ayudando a los necesitados o apoyando proyectos que promuevan el Reino de Dios. Al hacerlo, mostramos que nuestro tesoro está en el cielo y que estamos siguiendo a Cristo con nuestras finanzas.
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En resumen, estos principios nos enseñan que la verdadera mayordomía financiera implica desprendernos de nuestras posesiones terrenales y seguir a Cristo con un corazón libre de ataduras.
Como administradores de las riquezas que pertenecen al Señor, debemos enfocar nuestra vida y nuestras finanzas en el servicio a Dios y en la acumulación de tesoros en el cielo.
Al aplicar estos principios en nuestra vida diaria, honramos a Dios y reflejamos nuestra confianza en que Jesucristo es la fuente de todas nuestras bendiciones y riquezas eternas.
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