“Si me amáis, guardad mis mandamientos.” Juan 14:15 (RVR1960)
Este versículo nos introduce en una profunda verdad acerca de la relación entre nuestro amor por el Señor Jesucristo y nuestra obediencia a su palabra, especialmente en el contexto de la mayordomía financiera.
A través de una exégesis cuidadosa, podemos ver cómo este pasaje revela que el amor genuino hacia Cristo se manifiesta en la obediencia, lo que incluye la administración fiel de los recursos que Él, como fuente de todas las riquezas, ha confiado a Sus siervos.
El verbo griego «agapate» (ἀγαπᾶτε) traducido como «amáis» no se refiere a un amor superficial o meramente emocional, sino a un amor sacrificial y comprometido que está dispuesto a hacer lo que el Señor demanda. Este tipo de amor nos impulsa como administradores de Sus bienes a actuar en conformidad con Su voluntad.
El término «tereo» (τηρέω), que se traduce como «guardad«, significa preservar, observar y mantener con diligencia. Esto nos enseña que no solo debemos conocer los mandamientos del Señor, sino también aplicarlos con constancia y reverencia en nuestra vida cotidiana, incluyendo cómo gestionamos el dinero y los recursos materiales que pertenecen al Señor.
Finalmente, la palabra «entolas» (ἐντολάς), que se traduce como «mandamientos«, se refiere a las órdenes y preceptos dados por Cristo, que en el contexto de la mayordomía financiera incluyen principios de integridad, generosidad y dependencia de Dios como el único dueño de todas las cosas.
El principio bíblico que se extrae de este versículo es claro: nuestro amor por Cristo debe manifestarse en la fiel administración de Sus bienes, reconociendo que somos esclavos (voluntarios) llamados a servirle con todo lo que tenemos.
Como confirma también Lucas 16:10: «El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto.«
Ese versículo refuerza la idea de que nuestra fidelidad en la mayordomía, incluso en asuntos financieros, es una prueba de nuestro amor y obediencia a Cristo.
Un ejemplo práctico de este principio podría ser la administración del dinero que recibimos como ingresos. Si verdaderamente amamos al Señor Jesucristo, veremos ese dinero no como nuestro, sino como un recurso que Él nos ha confiado para administrarlo sabiamente.
Esto significa que lo usaremos de manera que honre a Dios, priorizando la ofrenda con inteligencia, sabiduría y ciencia, es decir, una generosidad hacia los más necesitados como son los huérfanos y las viudas, y evitando el derroche o la avaricia.
La decisión de apartar una porción de los ingresos para la obra del Señor, antes de cualquier otro gasto, refleja nuestra fidelidad y nuestro amor por Él.
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En resumen, al aplicar estos principios en nuestra vida diaria, somos llamados como ministros a manejar las finanzas de manera que refleje nuestra devoción y obediencia a Dios.
Al reconocer que todas las riquezas son de Él, y que nosotros solo somos mayordomos, podemos vivir y actuar de una manera que le glorifique, sabiendo que la obediencia a Sus mandamientos es una expresión tangible de nuestro amor por Cristo.
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