El Buen Nombre, Proverbios 22:1

«De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama más que la plata y el oro.» Proverbios 22:1 (RVR1960)

Este versículo resalta la importancia de los valores que Dios nos enseña sobre la verdadera riqueza y la integridad.

La palabra «estima» en hebreo es טוֹב (tov), que significa «bueno» o «valioso». Este término nos muestra que, a los ojos de Dios, un buen nombre o reputación es de gran valor, incluso más que las riquezas materiales.

Como siervos de Cristo, debemos recordar que nuestro Señor Jesucristo es la fuente de todas las riquezas y que la verdadera estima proviene de vivir de acuerdo con Sus principios, no de acumular bienes materiales.

El «nombre» (שֵׁם, shem) aquí se refiere a la reputación o el carácter de una persona. Un buen nombre refleja la integridad y la fidelidad de un administrador que maneja las riquezas del Señor con honestidad y transparencia.

Mientras que las «riquezas» (עֹשֶׁר, osher) representan los bienes materiales, este versículo nos advierte que, aunque poseer riquezas puede ser beneficioso, no debe ser nuestro objetivo final.

La verdadera riqueza se encuentra en ser conocidos como administradores fieles y justos de lo que Dios nos ha confiado.

La «fama» (חֵן, chen) en este contexto habla de la gracia o favor que una persona tiene ante los demás debido a su carácter.

Como mayordomos de los recursos que el Señor nos ha encomendado, nuestra meta debe ser reflejar el carácter de Cristo en nuestras acciones, buscando siempre actuar de manera que honre Su nombre.

La «plata» (כֶּסֶף, kesef) y el «oro» (זָהָב, zahav), que en la cultura bíblica son símbolos de riqueza y prosperidad, son recordatorios de que los bienes materiales, aunque valiosos, no deben eclipsar el valor eterno de una buena reputación ante Dios y los hombres.

Para apoyar este principio, Eclesiastés 7:1 dice: «Mejor es la buena fama que el buen ungüento; y mejor el día de la muerte que el día del nacimiento.«

Este versículo refuerza la idea de que lo que realmente importa no es cuánto dinero o bienes hemos acumulado, sino cómo hemos vivido nuestra vida y la integridad con la que hemos manejado los recursos que el Señor nos ha confiado.

Un ejemplo práctico de este principio es cómo tratamos nuestras transacciones financieras diarias. Supongamos que un ministro de Cristo tiene la oportunidad de hacer una inversión que promete grandes ganancias, pero hay dudas sobre la ética de la transacción.

Un administrador fiel elegiría mantener su buen nombre y reputación por encima de las ganancias potenciales, recordando que la verdadera riqueza no está en las cifras en una cuenta bancaria, sino en ser un siervo fiel que refleja el carácter de Cristo.

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En resumen, estos principios nos enseñan que manejar nuestras finanzas de manera que honre a Dios significa valorar nuestra integridad y reputación por encima de la acumulación de bienes materiales.

Al aplicar estos principios en nuestra vida diaria, como administradores de los recursos que pertenecen al Señor, mostramos al mundo que nuestro tesoro más grande no es el oro o la plata, sino el buen nombre que llevamos como siervos de Jesucristo.

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